mi loca vida

la sabiduria llega cuando ya no se necesita



Ese era un estribillo de una famosa canción infantil. De eso ya (...uff) tantos años atrás que de la canción completa no me acuerdo, De lo que si me acuerdo de aquella canción y que aun lo tengo en el replay de blanco y negro del DVD player de mi memoria es que lo bailaba en la fiestitas con wendy, mi primer y único amor platónico (ah... Dios... por fin lo dije)

La tecnología es cruel verdugo de buenas y sabias costumbres, nos crea la ilusión de prosperidad. El nuevo modelo de carro (joder tio ..coche..! –pa’ los españoles-) el nuevo tv flat screen o el nuevo teléfono. Y en verdad asi creemos que es todo, puro progreso; hasta que te enfrentas con la dramática y torturante verdad. Si quieres conectarte al Internet tendrás que padecer cual Cristo en camino al calvario, ya que pagas por el servicio pero no estas aun conectado y que tendrás que llamar a atención al cliente -que no es gratis al menos en esta parte de Europa- Tal vez te tome horas, semanas o meses en conectarte y el mundo no te perdonara que no tengas Internet ya que ahora todo se realiza atravez del puto y dichoso Internet. (Buscar trabajo, pagar tus cuentas, tener contacto con amigos o como el caso de algunos amigos y amigas buscar el amor en la red).

Si te compraste el televisor ultimo modelo con un control remoto con mas botones y funciones que la consola de un avión ahora tendrás que instalarlo al cable y empiezas a tener serios problemas ya tienes que llamar al servicio de ayuda al cliente (80 cents el min.). Por ultimo, tal vez compraste el “ ya no ya” de los teléfonos, con cámara fotográfica, MP3, y mil artilugios secretos, dignos del inspector truquini y que hasta el mismo James Bond mataría por tenerlo. Pero es una completa mierda ya que si por casualidad tocaste (nota que no digo que apretaste) alguna tecla, se jodio todo y te mando a hacer otra cosa. Putos teléfonos....!!!
Lo cierto es que tu teléfono lleva mas tecnología que la nave espacial que llevo al primer y ultimo hombre a la luna (quien sabe para que mierda fue el hombre a la luna??).Si hablamos del teléfono, te cuento que yo ya lo odio, tu no? Pues AUN NO...!!

Ahora puedes ver quien te llama, si quieres contestas o mejor (yo diría peor aun) bloqueas las llamadas que recibes, dependiendo quien sea.. bacan ??

Lo malo es que el teléfono ya no es mas ese instrumento mágico que acorta distancias. Ahora crea barreras. Nunca es lo mismo escribir un SMS que decirlo. Lo peor es que algunas mujeres lo consideran por demás románticos y no pueden vivir sin ellos.

Recuerdo que corría a contestar el teléfono y mi hermana lo hacia también al mismo tiempo. El que ganaba la carrera (yo casi siempre ganaba, por que la empujaba) obtenía el premio de decir “alo”. Era emocionante oír el ring ring, lo mas emocionante era la sorpresa por descubrir quien esta al otro lado del cable. Ahora nadie se atreve a responder el teléfono si es que no sabes quien es. La verdad es mas dura si te digo que ya ni te acuerdas de los números de teléfono ni de tu Madre, creo soy mas dependiente al teléfono que Maradona al estupefaciente y mi paginas blancas se resumen a la memoria de mi nuevo SAMSUNG D600. Recuerdo que podías encontrar los números de teléfonos y direcciones de todos los mortales en la guía telefónica.








¿Quién no ha hecho el ridículo en su legítimo y soberano propósito de enamorar o retener a alguien? ¿Quién no ha protagonizado, siquiera una vez, un episodio sentimental entre cómico, patético y absurdo? Todos tenemos memorizada nuestra propia colección de huachaferías y torpezas. Todos sabemos muy internamente de qué bobadas conviene arrepentirse.

Ahora que estoy solo, sin novia, me gusta matar el tiempo examinando mi pasado, tratando de proyectarlo en mi cabeza como si fuera una película muda. Me resulta útil verme a mí mismo en cámara lenta, cuadro por cuadro, porque así puedo detectar cuándo y dónde fue exactamente que metí la patota. Cierro los ojos, enciendo el proyector y la película avanza en el ecran plateado de la ficticia sala de ccine de mi cerebro y ahí estoy yo –siempre tan mongo, tan apresurado, tan kamikaze– sufriendo punicamente los estragos de mis más geniales estropicios amorosos.

Ese ejercicio puede sonar medio masoquista y delirante a la vez, pero me ha permitido reconocer que hay decenas de cosas de las que indudablemente me avergüenzo y arrepiento. Quizá ventilarlas aquí sea una manera de exorcizarlas.

Me arrepiento, por ejemplo, de haber abierto mi bocota para decir ‘te quiero’ cual ametralladora, tan repetida e indiscriminadamente. Hoy ya sé que es mejor dosificar esa expresión (pero, claro, la sabiduría –como dice García Márquez– llega cuando ya no nos sirve para nada). Me arrepiento también de haber querido ser el enamorado ideal, el perfecto, atento y valiente Robin Hood de Lady Marion, el chico Karate kid enamorado.

Me arrepiento de haber compuesto, cantado, grabado y masterizando baladas francamente horrendas. Me arrepiento de haber invertido en comidas y regalos infructuosos; un dinero que me habría servido, tranquilamente, para viajar a las playas de Tailandia. Me arrepiento de haberme vuelto loco de celos. Me arrepiento de haber perdonado traiciones y, desde luego, de haberlas cometido.

Me arrepiento de haber regalado más peluches que libros, más flores que discos, más frascos de perfume que botellas de vino. Me arrepiento de la tarde en que dejé de alquilar ‘Ciudadano Kane’ y renté ‘Titanic’ para verla con ella. Me arrepiento de haber bailado algunas canciones de Ricky Martin y haber aprendido de memoria varios temas de Montaner (Dios, lo dije). Me arrepiento de haber escrito más poemas de los estrictamente necesarios (y de haber obsequiado el mismo poema a diferentes chicas, jeje). Me arrepiento de haber querido impresionarla haciendo piruetas en el carro para, dos horas más tarde, acabar en una comisaría, dando explicaciones por haber provocado un triple choque (y sin licencia de conducir). Me arrepiento de haberme obsesionado con un par de causas perdidas y de haber querido forzar al destino a que juegue a mi favor.

Finalmente, me arrepiento de arrepentirme tanto, y sospecho que hay algo inútil detrás de estas 600 palabras. Uno siempre se repite, siempre vuelve a embarrarla y nunca –pero nunca– aprende la lección. Te castigas con grandilocuencia diciendo “pero cómo pude ser tan idiota de hacer eso”, pero en el fondo sabes que, tarde o temprano, si te enamoras, volverás a cometer todititas las tonteces (tonterias mas cojudeces), una por una. Tu naturaleza así te lo demandará. Creo que arrepentirse no es un mecanismo para expiar una culpa. Arrepentirse es solo una manera de volver a equivocarse.


El gran super ratón